3665 de Miguel Ángel Refoyo. O lo que pasaría en el mañana si nos robaran el ayer.



Si hay algo que me ha disgustado de este breve tiempo maravilloso que acabo de pasar en los Cines Van Dyck de Salamanca, es no haber podido felicitar a Miguel Ángel Refoyo. No lo conozco mucho personalmente, aunque sí he estado pendiente de su trabajo desde un tiempo a esta parte. Pero he preferido dejar que disfrutara de sus familiares y amigos, de sus hinchas -que para eso jugaba en casa-, y me he retirado a mis aposentos, he encendido el ordenador y me he puesto a darle a la tecla, que es lo que haces cuando tienes un blog (o cualquier otro medio) y acabas de terminar de lamer las migajas que te ha dejado en el plato alguna pieza inspiradora

Que uno sea "cinéfago" -prefiero la palabreja a la comúnmente aceptada "cinéfilo"- significa precisamente emocionarse tanto con una obra maestra de arte y ensayo, con una peli infame de terror, con un corto rodado en handycam o con uno, como es el caso, de pulcra ejecución. Aunque dejaremos el tema técnico para un poco más adelante, y quizá incluso un poco en la cuneta.

Me gustaría también incidir en la vivencia del estreno. En cómo unos cines comerciales aceptan admitir a un cineasta local, cómo el público -en los tiempos que corren, y teniendo en Salamanca esta noche mismo la extraña Nochevieja Universitaria- acuda en masa a la llamada del autor. Yo no sabía lo que iba a ver, pero luego entendí -como en un flash forward- que este era mi regalo de Reyes por adelantado.

Refo comenzó definiendo su corto como una historia ambientada en el futuro que habla del pasado. Y luego nos hizo recorrer con él un tiempo pretérito e infantil por los cines desaparecidos de Salamanca. Esas palabras, junto con el buen ambiente de la sala abarrotada, crearon una sensación muy satisfactoria de homenaje a lo que tanto amamos: el cine. Pero no el cine como arte, como diversión, como industria o como evasión. El cine como sala, como butaca, como fábrica de sueños, como templo mágico de incienso palomitero, donde tanto hemos disfrutado, y del que hoy -por las razones que sean- muchos nos sentimos desterrados. En tan poco tiempo volví a la patria que busco ansiosamente en los defectuosos mapas del DVD o del Blu-Ray. Entonces las luces se apagaron y comenzó el hechizo.



La voz de Aléx Angulo nos ponía en situación: un futuro en el que las corporaciones lo dominan todo. Parece, si uno lee periódicos y consulta medios de comunicación un tanto en la oscuridad, que ese proceso es inminente, lo que le da a la ficción una notoria actualidad. Aunque el objeto principal del corto no es ese, no es un ensayo, es una magnífica teletransportación al ambiente tan paradójico de Miguel Ángel, muy perfilado y personal. Allí, en tal universo distópico, unos pocos guerreros luchan por recuperar recuerdos y objetos importantes que sus portadores han perdido (o les han sido arrebatados). Con un montaje muy rítmico en los primeros segundos, y unos créditos que aparecen diagonalmente, encendiéndose y apagándose, nos advierte lo que encontraremos: ritmo trepidante e ideas sugerentes. Porque todo, y quizás sea este el aspecto que más me gusto, está sugerido. Es mi espinita clavada, mi frase contenida: "gracias Refo. Gracias por tenernos en cuenta y hacernos partícipes de 3665." La ausencia de diálogo, la cronología de ciertos hechos levemente sugeridos, las miradas del personaje al fuera de campo, la música tan bien elegida, los sonidos ambientales... Todo nos hace ver un lienzo de manchas elegantes, en las que cada uno percibiremos una forma. La profundidad temática o emocional llega a donde nosotros queramos, el que quiera tan sólo disfrutar de unos minutos estrictamente visuales, podrá. La escena apocalíptica de una ciudad que arde en la lejanía es el culmen del disfrute para la vista, pero también es la clave que nos hace comprender dónde nos encontramos. En esos esqueletos de decrépita civilización está nuestro visado hacía el futuro. 

Definitivamente, he partido y desmenuzado el corto, y no lo quería hacer. Lo que quería era animaros a verlo, a vivir el cine, a amarlo, a pensar sobre lo planteado, a sacar vuestras conclusiones. En los minutos que duró mi cabeza fue un torrente, y no por mi genialidad, no. El concepto es conmovedor y siniestro, y no pude dejar de darle vueltas a que, quizá en unos años, aquellos que hoy ya nos robaron el futuro puedan hacer lo mismo con nuestro pasado. Pero las lecturas son libres. Yo solo quería meteros el gusanillo. Quizá no lo haya conseguido, porque carezco de la virtud de Refo para sintetizar e insinuar muchas cosas en poco tiempo. Repetiremos el mil veces repetido "lo bueno si breve, dos veces bueno." Apúntalo, Refo. Nosotros esperaremos a que saques otra película. Pero que no sea una espera como ésta (de nueve años) a la que, sin razón, nos castigaste.




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